Al momento de analizar las peculiaridades de la economía argentina, existe un nombre que no puede faltar: “la brecha cambiaria”. Este concepto surge cuando se crea un mercado paralelo de divisas como resultado de las restricciones impuestas en el libre u oficial. Consecuentemente, tendremos dos –o más- cotizaciones distintas según se transe en un mercado u otro, lo que da origen a una diferencia de precios conocida como brecha. Sabiendo esto, resulta lógico que cuantas más restricciones se implementen, la “distancia de los tipos de cambio” tenderá a expandirse; al tiempo que, si el mercado fuese completamente libre, la misma prácticamente no existiría. En otras palabras, en este último escenario, contamos con un proceso conocido como “arbitraje”: los agentes mueven los desequilibrios de oferta y demanda según las valorizaciones e incentivos, modificando y equiparando los precios (paralelos y oficiales) entre sí, situación que no se verifica si existen ciertas trabas.
Una aclaración que no está de más: ¿por qué hablamos de brecha entre el dólar blue y el oficial, y no con respecto al MEP o CCL? Porque es la divisa libre en sentido amplio, mientras que aquellas de mercado se ven intervenidas a partir de ciertas restricciones de compra-venta de títulos y de liquidación.
Habiendo entendido el concepto de brecha, cabe destacar que no es la primera vez que nos enfrentamos a él. La economía argentina cuenta con un suculento historial de mercados cambiarios segmentados, lo que –como explicamos en la nota anterior- se debe a la relevancia que otorgamos los argentinos al dólar (o la falta de confianza en el peso, como contracara de lo anterior) ya que obliga a cierta intervención cambiaria para evitar descalabres frente a las distintas depreciaciones de la moneda. Paralelamente, indagando en la teoría, un modelo explica el motivo de las restricciones cambiarias. Siguiendo al Premio Nobel de Economía Robert Mundell, las economías enfrentan algo conocido como trilema o trinidad imposible: un país no puede mantener simultáneamente un tipo de cambio fijo, una política monetaria autónoma y libre movilidad de capitales. Consecuentemente, el control conjunto del mercado cambiario oficial y la política monetaria obliga a restringir el movimiento de flujos, originando los ya conocidos cepos.
Así comienza nuestra historia de intervenciones cambiarias[1]: en 1930 la moneda doméstica se devaluó 30% -en parte, por la salida del oro, el deterioro fiscal, la mala cosecha y el deterioro de los términos de intercambio- y las reservas perdieron grandes cantidades, incluso hasta 1931, llevando a la creación de la “Comisión de Control de Cambios”. Sin embargo, no fue hasta 1948-1949 cuando se evidenció el primer descalabro en términos de brecha. Entre octubre del primer año y septiembre del segundo, la brecha cambiaria promedió un 103%. Asimismo, a fines de 1951, volvió a superar el 100% y el gobierno de Perón decidió lanzar el primer plan de estabilización argentino, con medidas fiscales contractivas pero sin una fuerte devaluación, haciendo que la brecha se mantuviera en torno al 72% promedio.
Desde enero de 1955 y hasta febrero de 1959, la suba de la brecha fue la más extensa de la historia, finalizando en un nuevo plan de ajuste. Sin embargo, más adelante, entre 1974 y 1976, se alcanzó un guarismo mayor rondando el 140% que también fue opacado por la cifra de 160% a fines de 1989.
Habiendo atravesado las turbulencias del Plan de Convertibilidad y su salida, en el 2011 la presión sobre el dólar era asfixiante, llevando al gobierno de turno a instaurar el “cepo” al dólar dos días después de su reelección. Así, nuevamente le dimos la bienvenida a la brecha cambiaria, la cual no logró ser controlada –tras picos de 77%- a pesar del intento realizado por Kicillof mediante la devaluación del 2013. No obstante, al llegar Macri al poder, los tipos de cambio paralelos y oficiales fueron unificados aunque no por mucho tiempo, ya que en 2019 se retornó al esquema de “cepo light”, haciendo que la diferencia entre las cotizaciones creciera una vez más hasta ubicarse en el 21% en diciembre de dicho año.

Desde ese momento, la brecha cambiaria se ha incrementado sostenidamente hasta el octubre pasado, con picos de 120% promedio. Luego de la paz cambiaria y consecuente baja de la brecha hasta el 57% en abril de este año, la misma retornó a su tendencia ascendente, permaneciendo en torno al 88% en el mes de septiembre. Esta situación era de esperarse debido al esquema de crawling peg que utiliza el BCRA para manipular el valor de la moneda –es decir, una devaluación progresiva y controlada-, ya que con una depreciación del 0,2% semanal, cualquier arrebato del mercado paralelo ampliaría fuertemente la brecha. Sin embargo, cabe preguntarse si esto representa algún problema para nuestra economía o simplemente es una situación que se verifica frente a la existencia de mercados bifurcados.
Lamento spoilearles el final, pero sí: la brecha constituye un problema grave, igual, o tal vez incluso más, que aquel de la inflación. Los niveles elevados de brecha cambiaria resultan desestabilizantes para la economía, a nivel agregado. En este sentido, los agentes suelen esperar una devaluación (encarecimiento del dólar o un peso más barato) próxima con el objetivo de achicar la distancia entre las distintas cotizaciones –uno de los caminos que históricamente suele utilizarse y que presenta menos costos en términos de reservas-. Esto, por un lado, desincentiva la liquidación de divisas por parte de los exportadores (o conlleva una “subfacturación”) y, por el otro, adelanta las demandas de importaciones –situación que presiona sobre los dólares en las arcas del Central-. Siguiendo esta lógica, el crecimiento se vería “trabado” y la productividad de la economía tendería a caer.
Así, tanto si no se soluciona el problema de la brecha, como si se hiciese con una apreciación en el mercado paralelo, la consecuencia inmediata es un fuerte golpe en las reservas, las cuales no se encuentran en niveles tan elevados como en algunos meses previos. En otras palabras, con un stock de divisas de US$ 42.848 M al 7 de octubre, luego de haber supéralo los US$ 46.000 M, no queda mucho más margen para contraerse (y tampoco es recomendable, dado el calendario de vencimientos que afronta la economía para finales de este año y principio del próximo).

Pero aquí no finaliza el problema. Resumiendo lo anterior, por un lado, podríamos esperar una próxima devaluación –sabiendo que, tal vez, el remedio sea peor que la enfermedad-, por el otro, más presión sobre la inflación (por el traspaso del aumento de la divisa paralela), una pérdida de reservas, una caída en la productividad y un adormecimiento del crecimiento. Sin embargo, en paralelo a esto, la situación se agrava ya que la inversión se ve fuertemente desalentada en períodos de brechas altas, como se puede observar en el siguiente gráfico: mientras la brecha ascendía y superaba el 80%, el flujo de inversiones mermaba casi a la mitad, hasta los $ 80.000 M. De este modo, nos encontramos en una especie de círculo vicioso, en el cual los dólares son los que faltan y factores desestabilizantes los que sobran.

Esto puede plantear un panorama “oscuro” pero sólo nos muestra que es momento de ocuparnos y no de preocuparnos. Es decir, la brecha debe ser considerada una de las prioridades a resolver, situación que deberá afrontarse con un próximo acuerdo con el FMI que permita dar más “aire” a las reservas y dotar de un mayor poder de maniobra a los hacedores de política, para que así logren centrarse en lo más relevante: fomentar el regreso de la economía argentina a su sendero de crecimiento.
[1] https://www.rosariofinanzas.com.ar/paso-la-economia-argentina-las-veces-la-brecha-cambiaria-supero-100-ciento/