Analizo las variables de la economía para el próximo año a partir de distintos factores del mercado y de las proyecciones presupuestarias nacionales.

Cuando empecé a pensar cómo escribir esta columna, entendí que lo mejor sería realizar una evaluación general y descriptiva al comienzo para luego ahondar en conceptos más técnicos que fundamenten la primera evaluación.El Presupuesto nacional aprobado para el año entrante está construido con supuestos fuertes que se asientan en datos que se parecen más a un deseo que a la prospectiva realista teniendo como punto de partida un 2018 para el olvido.Efectivamente el ajuste previsto depende de un reparto donde el sector público aporta parte del esfuerzo fiscal y el sector privado otra gran parte. Es decir un poco baja el gasto y otro poco suben algunos impuestos. Sucede que el único número positivo que estiman para 2019 es un espectacular crecimiento del volumen exportado, donde el precio de la soja debe acompañar ese boom exportador que se supone llegará de la mano de una cosecha inolvidable.Nuevamente nos ponemos en manos de los factores que están fuera de nuestro control. Si por alguna razón (de las mismas que sacuden el mundo a diario) el precio de la soja o de los commodities se desploman, la consistencia del presupuesto con déficit cero se evaporaría de inmediato.

Del mismo modo si la llegada de Bolsonaro al poder en Brasil determinase algún cambio brusco en las relaciones comerciales con nuestro principal cliente, el impacto sobre exportaciones nuevamente sería devastador, ya que si el volumen exportado “solo creciera 10%” el número del Gobierno no cerraría, lo cual llevaría a un camino más áspero, al tener que elegir entre un mayor ajuste del gasto, o abandonar la política de agregados monetarios financiando la brecha fiscal con la temida emisión y su consecuente impacto en precios y en tipo de cambio.

De esta manera la trayectoria de la “tablita” que estableció el presidente del BCRA se vería afectada y las expectativas de devaluación se alterarían impactando nuevamente al alza sobre la tasa de interés y contrayendo aún más la inversión.

Desde una mirada un poco más técnica el año 2019 es desafiante ya que todos los países emergentes están sufriendo de los vaivenes del humor de los mercados internacionales. Para Argentina con una cuenta corriente aún deficitaria y escasas reservas internacionales esto es un riesgo latente. Ampliando el análisis ahora imaginemos por un instante que el mundo no nos juega una mala pasada. En ese escenario, la absorción doméstica estará con poco dinamismo, a menos que exista un boom exportador aún más relevante que el descrito en las proyecciones oficiales.

El consumo privado representa dos terceras partes del producto bruto, por lo que su desenvolvimiento es fundamental para la tracción por parte de la demanda agregada. Es algo bastante convencional suponer que el consumo depende de una amplia gama de variables como la perspectiva de ingresos futuros o la tasa de interés. Al ser el sector financiero relativamente pequeño en Argentina, podemos obviar la influencia de estos factores sobre el consumo (no así sobre la inversión) , para concentrarnos en el poder adquisitivo del salario.

PRODUCTIVIDAD

Una perspectiva de largo plazo nos indicaría que en teoría para determinar la evolución del salario real deberíamos concentrarnos en la productividad laboral. Lo cual requiere un proceso de inversión que permita suponer una mejor remuneración a los factores. Dos conceptos que no existen en la Argentina del presente: largo plazo e inversión.

En el corto plazo, lo más realista es tomar directamente los determinantes nominales, es decir, por separado analizar los salarios pactados en negociaciones colectivas y la evolución esperada del índice de precios.

La primera paritaria cerrada para 2019 fue la de trabajadores de la industria aceitera que se fijó en 23%. Esto no sienta un buen precedente para la evolución del salario real en tanto las medidas de tendencia central de las expectativas de inflación relevadas por el BCRA marcaron en su última publicación de noviembre un 27,5% (mediana) y 27,9% (promedio) para 2019.

Vale decir que la reapertura de algunas paritarias sobre el último tramo de este año puede dar cierto oxígeno al 2019, dado que impactarán en forma de cuotas a pagar durante los primeros meses del año que viene como el caso de empleados de Comercio que arregló recientemente un 20% adicional correspondiente al año 2018, que será abonado a lo largo del primer trimestre 2019. Sin embargo, el panorama general no parece muy alentador.

Otro componente importante de la demanda agregada es el gasto público. Dado el sudden stop en la afluencia de capitales por el evento de balance de pagos del 2018, el Gobierno recurrió al financiamiento de FMI y consecuentemente tuvo que acatar un plan que implica una aceleración de la velocidad de ajuste fiscal. En términos concretos, la inversión pública caerá 40% en términos reales (con la esperanza que tiene el Gobierno de que los proyectos de participación público-privada puedan cubrir esta brecha), mientras que los gastos corrientes se reducirán en torno al 10%.

Por otra parte, debemos estar atentos a algunos aspectos respecto de la interrelación entre la estrategia fiscal y la actividad económica. Las consolidaciones fiscales ambiciosas como las que busca el presidente Macri suelen tener efectos recesivos de corto plazo, ya que plantea impulsos negativos tanto sobre la demanda (caída del gasto público) como sobre la oferta (aumento de la presión impositiva). La caída de la actividad podría a su vez perjudicar a la recaudación, con el potencial de complicar parcialmente los objetivos fiscales y generar mayor necesidad de contracción fiscal para cumplir los requerimientos del FMI.

Dado que la demanda interna se insinúa floja para 2019, la esperanza oficialista es que la demanda del resto del mundo (exportaciones) pueda al menos parcialmente compensar todo esto. Como decía al comienzo el Gobierno proyecta en el Presupuesto que las cantidades exportadas crecerán un 20,9%. Este supuesto es muy relevante en la estructura macroeconómica que prevé el Gobierno para 2019. Por un lado, luce bastante optimista y es el único componente de la demanda agregada que estaría creciendo en promedio en el año siguiente respecto de este año, por lo que estaría compensando la merma del resto. Pero aún más relevante en términos fiscales, dado que los derechos de exportación adicionales constituyen el principal componente de cierre de la brecha fiscal.

El recorrido al alza que puede alcanzar el dólar es del 30% sin que el BCRA pueda hacer nada al respecto. Cualquier año electoral eleva la dolarización y esperamos unos 5 puntos del PBI de fuga de divisas para el año siguiente. Esto, con un Banco Central que no interviene, puede presionar sobre el tipo de cambio. Ya hemos visto que la inestabilidad cambiaria no es buena para la economía real, se hizo evidente el año 2018, otro año similar y la economía se puede instalar en un sendero de inflación con desempleo, ambos, muy elevados.

Uno de los riesgos con esto último es que provoca más incertidumbre electoral y a través de esa vía la inversión no logra despegar. Por otro lado, el consumo también se torna más precautorio. De ahí que hace falta que el panorama político se despeje lo antes posible, aunque con el elevado grado de incertidumbre lo más probable es que transitemos un año donde en la inversión prime el ‘esperar y ver’ por sobre el efecto positivo de un mejor tipo de cambio real.

La conclusión no es otra que lo dicho en el título, el plan de desarrollo nacional 2019 se resume en tres concepto: soja, suerte y la tablita.

 

Por : Matías Tombolini.

Fuente: https://www.ambito.com